PONENCIAS

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¿Hay una perspectiva antropológica centroamericana sobre la globalización?: Una revisión crítica.

Por: Kevin Evandro Sánchez Saavedra

Lic. en Antropología Social
Universidad de Panamá

Dentro del contexto de la globalización y de la relativa conciencia del fenómeno ocurren las discusiones actuales sobre la forma de hacer antropología y sobre los temas a los que ésta debe dirigirse. En él se encuentra inmerso el problema de la “autoridad etnográfica” y arrastrando con ella, desde hace ya varias décadas, la crítica a la antropología que nace con el colonialismo. Aquí plantearé los argumentos de tres autores (Esteban Krotz, Nestor García Canclini y José Alejos) y su relación o discordancia con la construcción de una antropología latinoamericana, especialmente centroamericana.

I

La crítica a la “antropología colonialista” (por llamarla de algún modo) pone en evidencia las ataduras de la antropología a la expansión imperialista de los países europeos occidentales y norteamericanos. La expansión trajo consigo la implantación y sucesiva explotación de colonias en sociedades diferentes. A raíz de esta realidad, se concluye que los/as antropólogos/as obvian, conciente o inconscientemente, las denuncias de esta explotación por ser parte de estas sociedades explotadoras. Al mismo tiempo, algunos/as asumen que la antropología desempeñó un papel ideológico que dio una portada admisible y decorosa a las relaciones de dominación y explotación establecidas por el capitalismo.

Dada esta realidad, desde Latinoamérica, un buen número de antropólogos/as han sugerido consideran que debemos tratar de no seguir haciendo trabajo antropológico sobre bases teóricas y metodológicas que surgen de la situación que he mencionado anteriormente y más aún cuando hablar sobre la antropología implica preguntarse de ¿cuál?. Por ejemplo, R. Montoya nos lo expresa de la siguiente manera:

“No existe una Antropología. La Antropologíaes una abstracción.Lo que existen son diferentes tendencias antropológicas que varían de país a país y dentro de cada uno de ellos. No es lo mismo la Antropología social inglesa que la Antropología Cultural norteamericana o la Etnología francesa. Por eso, hablar de Antropología... significa precisar de qué Antropología, para qué realidad concreta, en qué momento histórico...” (Montoya, 1975: 24)

Muchos concuerdan en que esto no supone, de ninguna manera, descartar el conocimiento antropológico extranjero o la “antropología del norte”, como algunos/as llaman, sino tenerlas en cuenta, pero siempre comprender el espacio y tiempo histórico en que surgieron y además aclarar por qué puede tener sentido su aplicación en la realidad específica a utilizar (Cf. Montoya, 1977; Vasco Uribe, 1987; Krotz, 1993, 1996 y 1997; Alejos García, 2000).

Uno de los cambios que se distingue después de “más de un siglo de dominación mundial del modelo civilizatorio” es que en nuestros países (“países del sur”), ordinariamente el entorno fundamental de los objetos de estudio de la antropología, se ha afincado una antropología con características particulares. Para Krotz:

“Todo esto ha vuelto casi regular una situación,... que los practicantes de la antropología formados en y provenientes de las culturas del norte se encuentren en sus acostumbrados lugares de estudio no sólo con informantes, sino con estudiantes y colegas nativos. A su vez, en las crecientes comunidades antropológicas del sur se extiende la conciencia de que ciertas dificultades no tratadas en la bibliografía tradicional no son pasajeras o marginales, sino que tienen que ver con la ‘utilización’ de la antropología en situaciones donde los fenómenos socioculturales abordados no son de la misma manera ‘otros’ como en la antropología generada en el norte” (Krotz, 1997: 17).

Es más, según E. Krotz, algunas características que identifican a las antropologías desarrolladas en Latinoamérica, las cuales me permitiré enumerar y explicar, son:

  1. La falta de reconocimiento de la antropología, de los/as antropólogos/as, e instituciones del sur. Donde muy poco se sabe sobre la antropología del sur en países del norte y desde los mismos países del sur se desconoce sobre uno/a y otro/a en cuanto a la antropología y los/as que la desarrollan (Krotz, 1997: 17-19).

 

Es bastante claro que no sólo los países del norte no conocen sobre la antropología de los países del sur y viceversa sino que también entre los propios países del sur no existe un reconocimiento de la antropología entre todos ellos. En Centroamérica conocemos mucho más de lo que se ha producido en EEUU, México y Europa que del continente. Los contactos son muy limitados y se dan más que todo a nivel personal.

Los congresos a nivel centroamericano han sido importante para mantener la comunicación entre los/as antropólogos/as de sus diferentes países, pero esto ha estado limitado por la presencia y apoyo que a nivel de las Universidades ha mantenido la disciplina. Los contactos generan cooperación, intercambio de conocimientos, pero también buscan reconocer que existe una forma de hacer investigación y de generar conocimiento diferente y distinto a las de otras regiones. Válido y útil como el que se produce y reproduce en los países Europeos y Norteamericanos. El propio Esteban Krotz participa en éstos congresos que se celebran cada dos años. Sin embargo, es necesario preguntarse la medida en que dentro de los congresos se aborda la discusión real de los fenómenos políticos, económicos, sociales, culturales y ambientales que afectan a la región y se articulan a los procesos globales. ¿Qué propuestas tenemos los/as antropólogos/as centroamericanos frente a los Tratados de Libre Comercio, frente a la desarticulación del Estado de Bienestar o frente los nuevos modelos económicos y su impacto en la población de la región?

  1. Segundo, la realidad que afronta el sujeto, el/la etnógrafo/a, es la misma a la que se enfrenta el objeto de estudio. Y aunque es claro que la forma de afrontarla es diferente entre los/as dos, resulta más fácil para el objeto de estudio tener acceso a los resultados de los trabajos antropológicos hechos por antropólogos/as de su mismo país (ibidem.: 19-20).

 

Es una realidad que al momento en que hacemos de investigador en nuestros países nos enfrentamos, en diferentes niveles, desde distintas circunstancias, a la realidad que enfrenta el sujeto de investigación, “nuestros investigados”. Sin embargo, hasta qué punto ese “nosotros” es una consideración del todo cierta. La manera en que ha sido dada nuestra formación como antropólogos/as, a veces de forma implícita, otros explícitas, hace que aun sigamos viendo a nuestros investigados precisamente como otros. El distanciamiento persiste. Sobre todo, cuando nuestros análisis no involucran el reconocimiento de la realidad nacional, internacional, y la forma en que permean las circunstancias locales. Aun en nuestros propios países nuestros investigados siguen sin conocer lo que hemos generado a partir de sus ricas experiencias. Claro que ha habido excepciones, pero en trabajos particulares y no en toda la producción que cada antropólogo/a centroamericano/a genera. Las investigaciones mediatizadas por las comunes “consultorías” lo que hacen es sólo integrar al antropólogo/a en los juegos del mercado y acrecentar el distanciamiento entre los sujetos. Si nos sentimos comprometidos con los investigados y éticamente queremos “salvar” nuestra responsabilidad ante ellos, qué acciones debemos llevar a cabo para realmente sentirnos complacidos y satisfechos con nuestro trabajo. ¿Basta sólo devolver nuestros resultados, para después alejarnos y quizás no volverlos a ver nunca más?

  1. La poca validez que se le da al conocimiento generado en los países del sur. De hecho, “los conocimientos científicos y tecnológicos”que se manejan en nuestros países en su mayoría son“importados” y no solamente eso, “... sino que incluso sustituyen conocimientos localmente generados y hasta bloquean la producción de éstos” (Krotz, 1997: 20. Ver también Montoya, 1977 y Alejos García, 2000).

 

Para discutir esta tercera característica tomemos como ejemplo el caso de los Estudios Culturales. Es bastante visible que en EEUU definen a los antropólogos latinoamericanos que se insertan en esta novedad dentro de una categoría distinta, por no decir inferior. A la vez, dichos estudios intentan sustituir las formas en que un trabajo de investigación puede ser evaluado. Carlos Reynoso, en otras palabras, afirma que éstos inhiben las denuncias contra las desigualdades y su “neutralidad” sólo ayuda a perpetuar la expansión capitalista y los nuevos modelos de dominación. El conocimiento generado fuera de nuestras realidades centroamericana no sólo sustituye y estanca la generación de conocimiento propio sino que impulsa a evitar el análisis de nuestra realidad para dedicarnos a construcciones abstractas a partir de ese otro conocimiento. NO es despreciar o menospreciar la importancia del conocimiento de fuera, sino saber si se ajusta a la realidad centroamericana para el beneficio de nuestros países, desde esa misma perspectiva es que se debe iniciar el análisis de la globalización y de los procesos generales que engendra o encadena.

Dentro de los Estudios Culturales aparentemente ya no se asume la objetividad como fidelidad a la verdad de los hechos, ni se reconoce una sola verdad, pero sí se asume una supuesta neutralidad ante los hechos. La investigación no es neutral, aun cuando se nos quiera hacer creer que así es, por tanto, por qué no hacer explícitos nuestros intereses políticos para el beneficio de nuestros países 1. Hasta ahora ha habido un conflicto entre los objetivos de la planificación estratégica de la investigación y los objetivos terminales de la investigación.

  1. Por último, cuando uno habla de la vida de antropólogos/as “pioneros”/as en el campo de la investigación sobre temas de la realidad de nuestros países se les suele llamar casi a todos/as como “precursores”/as, pero cuando se trata de antropólogos/as “nativos”/as no pasan de ser simples y llanamente “aficionados”/as. Entonces, ¿es necesario ser un/a profesional que procede de los países donde la antropología como ciencia cobró vida para hablar de estas categorías?. El problema radica en no reflexionar sobre los argumentos para dar estas categorías. Trayendo como consecuencia el silenciamiento de las antropologías del sur (ibidem: 21-22).

 

II

Voy a referirme ahora al trabajo de José Alejos, no muy alejado de las perspectivas de Esteban Krotz, pero refiriéndose concretamente a Centroamérica. Inicialmente nos habla de una “paradoja centroamericana”, la cual consiste en que las distintas naciones que conforman este Istmo están distanciadas entre sí, con grandes barreras ideológicas y políticas, aun cuando somos naciones compenetradas por su gente, historia y geografía. Así lo expresa:

“Tan sólo el hecho de que nuestras gentes hayan compartido el mismo espacio geográfico por tanto tiempo, en algunos casos por cientos y hasta miles de años de relación, nos hacen similares, por encima de las diferencias de superficie. Las milenarias culturas indígenas, los cientos de años de mestizajes, los habitantes del caribe centroamericano, son ejemplo de una diversidad cultural y de una historia compartida.
Sin embargo, paradójicamente, también somos naciones ‘distantes’ entre sí, con grandes barreras ideológicas y políticas que nos separan, que generan fricciones y conflicto, más que cooperación y desarrollo conjuntos”.

Para Alejos, tal situación nos hace estar en desventaja frente a los procesos globales, ingresamos a la globalización de la economía en franca desventaja. El distanciamiento contrasta con la relación estrecha que los países centroamericanos mantienen con los países Europeos y más aun con EEUU. Sin embargo, tal relación, relación que él llama norte-sur, resulta fundamentalmente asimétrica, de dependencia, dominio y explotación.

Concordando con Krotz, Alejos sustenta que en el marco de la antropología en Centroamérica la relación a sido la misma: de subordinación frente a la “Antropología del Norte”. Inicialmente la antropología en nuestros países ha sido desarrollada por extranjeros, una disciplina científica creada y desarrollada en Europa occidental, amplificada en los Estados Unidos y practicada intensamente en nuestros países, en muchos casos llena de sombrías relaciones con intereses económico-políticos de los Estados patrocinadores de las investigaciones. Al parecer las desconfianzas son justificadas en términos generales.

Por ejemplo, en 1950 Jhon y Mavis Biesanz, después de su estancia en Panamá, publicaron en 1955 su libro Panamá y su Pueblo. Esta obra es parte representativa de la posguerra y en apariencia muestra preocupación por el avance de la sociedad moderna capitalista, la consolidación de los estados nacionales y sus efectos sobre las sociedades tradicionales. Parece ser un buen ejemplo de un acercamiento de la segunda generación de antropólogos norteamericanos que se interesa por fenómenos culturales que surgen de la consolidación de proyectos nacionales. La población indígena es sólo tratada marginalmente. Interesa no cómo sobreviven los indígenas sino cómo se conforman conglomerados nacionales.

Quiero hacer ciertos señalamientos que me parecen importantes al momento de analizar esta obra de los Biesanz. Ellos llegan a Panamá en un contexto donde existía una constante lucha de diversos sectores del país contra la presencia norteamericana, sus constantes intervenciones en el país y la cláusula que otorgaba el Canal de forma perpetua. No vienen por gustos o intereses investigativos puros; Jhon Biesanz fue “seleccionado” por el Departamento de Estado como “profesor invitado” ante la Universidad de Panamá (Biesanz y Biesanz, 1993). Mundialmente se conocían los intereses norteamericanos en Panamá. Por esto sería de mucho interés conocer por ellos la cotidianidad panameña frente a los norteamericanos y el canal. Sobre todo si alguien pudiera brindarles algunas sugerencias sobre cómo actuar. No es inocente que se señale:

“Los diplomáticos y militares norteamericanos no siempre se comunican entre sí lo que se proponen. Esto suele dar a Panamá una ventaja. Además, al parecer los militares han dicho al Departamento de Estado que a ellos corresponde obtener ciertas concesiones y coaccionar para lograrlos, teniendo muy poco en cuenta el estado de la opinión pública panameña” (Biesanz y Biesanz, 1961 [1955]: 144).

Una interpretación del por qué los Biesanz no prestan interés en la vida indígena, es precisamente porque los gobiernos panameños nunca le han brindado ningún tipo de participación para decidir sobre las negociaciones ante Estados Unidos. Es más, siempre se ha rumorado, erróneamente (no es para discutir aquí), que los kunas apoyan el gobierno norteamericano, por tanto, para los Biesanz estaba de más girar la mirada hacia ellos.

Esta obra de los Biesanz demuestra claramente, mucho más que otras, las intenciones que un trabajo de campo o una publicación tienen. Los análisis de esas investigaciones no sólo deben articularse a los temas en boga de los círculos académicos de la antropología norteamericana, sino también a las realidades de los países “objetos” (así eran considerados, según el positivismo imperante) de estudio y del país del investigador. Con trabajos como los de Biesanz, de una explícita aptitud imperialista, uno llega a comprender la desconfianza que algunos guatemaltecos tienen con respecto a aquellas investigaciones hechas por antropólogos norteamericanos en Guatemala (Pérez de Lara, 1993).

Después de este pequeño paréntesis y siguiendo con los argumentos de Alejos, esa exposición prolongada a la subordinación por parte de nosotros nos ha llevado, incluso a la comunidad científico-social de Occidente, a tomar conciencia sobre el carácter de la antropología como un producto cultural.

“Intereses económicos, políticos e ideológicos han atravesado esa mirada antropológica. A pesar de su proclamada objetividad, su descripción e interpretación de los ‘nativos’ no ha dejado de ser una especializada mirada cultural, con sus propios afanes, intereses, virtudes y defectos, simpatías y antipatías. Hay quienes opinan que en esa búsqueda de la alteridad antropológica, más que encontrar el otro, Occidente realmente se ha buscado a sí mismo”.

Dicho esto, el punto fundamental de su trabajo es señalar que en esa búsqueda del otro por parte de la “Antropología del Norte” se ha omitido el análisis del nosotros, han fallado en incorporarse como sociedad dentro del contexto de construcción de ese otro, donde tienen mucho que ver. La propuesta de Alejos es sin duda plantear un pensamiento centroamericano propio que analice críticamente lo que otros han escrito sobre nosotros, lo que nosotros hemos escrito sobre nosotros e incluir dentro de nuestra mirada interna la presencia del otro en nosotros. Es decir, fundamentar nuestro análisis en los postulados de Mijaíl Bajtin sobre la identidad, lo que se ha venido llamando: sobre la “antropología dialógica”. Uno de los inconvenientes fundamentales en esta postura es la dificultad de rastrear actualmente ese otro presente en la relación de nosotros.

Utilizar tal perspectiva para analizar:

“…aquellas áreas específicas que demandan respuestas urgentes que sólo nuestra disciplina puede dar: cuestiones como el de las identidades étnicas y nacionales; las fronteras ideológico-políticas del istmo; las migraciones masivas y poblamiento de centroamericanos en Norteamérica; la formación de un pensamiento antropológico propio, dialógico respecto a otras antropologías; los retos de los ‘libres mercados’ y las integraciones regionales, los impactos de las nuevas tecnologías y de los procesos de globalización en nuestros países. En fin, deberá ser una antropología preocupada por nuestras posibilidades de existencia en un nuevo mundo agresivo, desigual, cambiante, indeterminado”.

La importancia de trabajar por la búsqueda de características para la construcción teórica y metodológica de una antropología latinoamericana, “una antropología de las antropologías del sur”, radica en que ese interés surge desde nuestros propios países para nuestro propio y “ajustado” desarrollo regional. Esta tarea no se puede llevar a cabo si antes no conocemos nuestros objetivos, o en todo caso, plantearnos unos que se desprendan de una reflexión interna de nuestra realidad. Para ello es necesario tener claro cómo ha sido el desarrollo histórico y teórico de ésta disciplina en nuestros países. Con sus matices, esta parece ser la conclusión a la que llegan estos dos autores. Por un lado, Krotz intenta aportar las características que definen a las antropologías latinoamericanas, y por otro, Alejos intenta dar una herramienta metodológica que pueda distinguir la forma de hacer antropología en Centroamérica, no muy novedosa si se considera que Denis Tedllock ya había trabajado sobre ésta estrategia; sin embargo, creo que la propuesta de Tedllock es más académica (¿neutral?), mientras que la de Alejos es explícitamente más política.

III

Tal vez tengo que decir que ahora voy a colocar el punto contrastante directamente de la postura de Esteban Krotz y en menor medida de José Alejos. Es el turno de Nestor García Canclini, el cual directamente se pregunta:

“¿Puede un extranjero estudiar y comprender a otro país? ¿Es posible que los migrantes o exiliados que pasan muchos años fuera de su nación sigan entendiendo su sociedad de origen como para estudiarla, e incluso para tener derecho a votar desde el extranjero? Estas cuestiones se plantean con mayor fuerza en algunos países, sobre todo en los que tienen una historia densa, potente, y se han vuelto especialmente precavidos ante extraños luego de invasiones, como es el caso de México” (García Canclini, 1999: 207).

Parecería que con estas interrogantes García Canclini intente responder a Krotz cuando ésta señala, en otros términos, que las percepciones de la realidad son diferentes de acuerdo al contexto cultural en el que uno ha vivido y por consiguiente esto resulta una dificultad a la hora de analizarla (Krotz, 1996: 28-29). Evidentemente García Canclini responde por ser extranjero en México y hacer, como el intenta demostrar, antropología de México 2.

Pero si García Canclini hubiera leído a Krotz entendería que éste se refiere a la “Antropología del Norte” y quienes la han desarrollado en un contexto externo (del otro sin nosotros) y en circunstancias neutrales dudosas, del que habla Alejos. Si Esteban Krotz habla de características que distinguen a las “Antropologías del Sur” evidentemente García Canclini forma parte de ellas, a menos que no lo quiera así.

García Canclini intenta decirnos que no es el contexto cultural el que determina o impide comprender aspectos de una realidad determinada sino más bien los presupuestos teóricos desde los cuales cada uno guía sus observaciones. Tal afirmación en el contexto de México que es al que se refiere.

“Si hoy tenemos serías objeciones a los estudios antropológicos de Robet Redfield y de Oscar Lewis no es porque su condición de extranjeros les impidió comprender aspectos peculiares de la vida mexicana, sino por razones análogas a las que nos hacen discrepar de los trabajos de Manuel Gamio y Gonzalo Aguirre Beltrán: porque los presupuestos teóricos con que unos y otros guiaron sus observaciones de campo después se mostraron parcialmente inconsistentes, o porque ya no ayudan a entender nuevos procesos sociales y culturales que ellos no pudieron prever” (García Canclini, 1999: 207-208).

Lo que no advierte es que incluso esos presupuestos teóricos son parte de esa mirada cultural de la que habla Alejos. No debemos olvidar que los presupuestos teóricos de los que parte Gamio están permeados por las enseñanzas de Franz Boas en la Columbia University y por su posición social en la sociedad mexicana. Lo mismo ocurre con Aguirre Beltrán, pero en una época diferente.

Considero que existe un punto de encuentro entre José Alejos y Nestor García Canclini: “analizar la polifonía de la realidad”. Recordemos que Alejos sugería que al analizar la realidad del nosotros era necesario ver al otro y lo que piensa de nosotros. García Canclini plantea algo parecido, sobretodo en circunstancias de interculturalidad, características del mundo actual, de la globalización.

“Pero al mismo tiempo el antropólogo se coloca en la intersección entre lo ‘real objetivo’ y los imaginarios de los sujetos, nacionales y extranjeros, que contribuyen a configurar el sentido de una pirámide, una danza o un mercado. Siempre México fue una construcción imaginada seleccionando ciertos aspectos y dejando otros fuera, nos dicen los historiadores y antropólogos…, y esta selección fue hecha, al menos desde la conquista, en un proceso complejo de negociación entre cómo lo imaginan quienes nacieron en el país y quienes lo miraron desde otros, desde la hispanidad contrarreformista a la modernidad ilustrada desde Europa, América Latina o Estados Unidos.
Pienso que lo que caracteriza al especialista en la heterogeneidad y la alteridad que es el antropólogo es ubicar su trabajo en estas intersecciones” (ibidem: 209).

Concuerdo con García Canclini al manifestar que resulta ineficaz, en estos tiempos de globalización, prohibir a los extranjeros que puedan hacer antropología en nuestros países cuando se vuelven relativas las fronteras y las migraciones masivas y los intercambios económicos y de comunicación reordenan los límites geográficos entre naciones (García Canclini, 1999: 224). Esto no quiere decir, sin embargo, que no pueda buscarse una forma propia de hacer antropología desde Latinoamérica y que permita dialogar con las otras antropologías en igualdad de argumentos.

Desde lo que he podido ver aquí, no existe en la actualidad una perspectiva centroamericana sobre la globalización principalmente porque apenas se intenta definir con aciertos y errores sus características. Además, las relaciones académicas y profesionales que a nivel centroamericano se vienen dando apenas iniciaron formalmente con las celebraciones de los Congresos Centroamericanos.

Considero que para el caso de nuestros países centroamericanos, en niveles y frecuencias muy distintas, se han abordado los resultados culturales, los arreglos que generan los procesos económicos y políticos globales (las configuraciones de las identidades, la etnogénesis, el cambio a través de la introducción del turismo; en menor medida las migraciones masivas, etc.). En otros términos, hemos visto sólo las consecuencias y no las causas. O en todo caso, si se han visto las causas, sólo se señalan, sin proponer, de forma sistemática, alternativas a los nuevos modelos de desarrollo y a las transformaciones que sufren política y culturalmente los Estados. Aun cuando estamos viviendo una época en donde todo parece estar tan interconectado que aun el análisis y descripción detallada de lo local se queda corto si no se vincula comprensiblemente con procesos transnacionales, la vinculación sólo se hace con el fin de explicar una realidad local, con el fin de ver cómo afecta a la sociedad localmente y qué estrategias utilizan sus miembros para hacerle frente, pero no ve más allá. Las tendencias transnacionales no son tomadas en cuenta por sí solas, ni siquiera se analiza por qué surgen y quiénes sustentan tales tendencias. Ese trabajo parece que se lo dejamos a otros.

Bibliografía

ALEJOS GARCÍA, José 2000.        Antropología en Centroamérica. Crítica y perspectivas en el nuevo milenio. Conferencia magistral presentada al III Congreso Centroamericano de Antropología, Ciudad de Panamá, Panamá, 28 de febrero.

BIESANZ, John and Mavis Biesanz 1961 [1955].      Panamá y su pueblo. Tr. Victorino Pérez, Ed. Letras, S. A., México, D.F., 308 p.

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MONTOYA, Rodrigo 1977.  “Colonialismo y Antropología en Perú”, en: NUEVA ANTROPOLOGÍA.  Escuela Nacional de Antropología e Historia, Revista Trimestral, México, Año III, N° 10, 125 p.

PÉREZ DE LARA, OLGA 1993 (1988).     “El desarrollo de la antropología en Guatemala: necesidades y perspectivas”, en: Cuadernos de Antropología (La antropología en Centroamérica). Publicación del Laboratoratorio de Etnología, Departamento de Antropología, Universidad de Costa Rica.
RAMOS, Alcida Rita 1992.   “Sobre la utilidad social del conocimiento antropológico”, en: ANTROPOLÓGICAS. Nº 3, p. 51-59.

VASCO URIBE, Luis Guillermo 1987.          “Objetividad en antropología: una trampa mortal”, en: REVISTA UROBOROS, Ciencias Sociales/Antropología, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia, N° 1, p. 7-9. www.colciencias.gov.co/seiaal/documentos/lgvu10.htm

NOTAS

1 Algo parecido ha señalado ya Alcida Rita Ramos sobre el papel del antropólogo/a como actor político (Ramos, 1992: 51-52).

2 Cabe destacar que tanto Nestor García Canclini como Esteban Krotz laboran en la Universidad Autónoma Metropolitana de Iztapalapa. El primero, como docente; el segundo, de 1976 a 1987, como Profesor-Investigador en el Departamento de Antropología y desde 1993 como Profesor adjunto del Posgrado en Ciencias Antropológicas. Para agregar otras “coincidencias” ambos tienen un doctorado en Filosofía, el primero obtenido en París y el segundo en Munich (www.uady.mx/sitios/sociales/directorio/esteban.html [10-4-2004] http://www.analitica.com/cyberanalitica/icono/3500455.asp [10-4-2004]).


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